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  • Sandra Vanina Celis

¿Genialidad o praxis creativa? Una breve reflexión sobre el talento


Cuando leemos a Borges, vemos un Velázquez o escuchamos a Led Zeppelin, es casi imposible no pensar cosas como “¡eran genios!” o “parecen haber nacido para la fama”. Y sin duda tales creencias no son gratuitas, pues lo que las obras de estos artistas nos hacen sentir está fuera de toda comprensión racional, situándose más en el ámbito de la sensibilidad, es decir, en una forma particular de experimentar la realidad de manera intensa y extraordinaria.

Pero sin pretender renunciar a nuestro asombro ni renegar sobre las grandes habilidades de los artistas y la gente “talentosa”, vale la pena preguntarnos: ¿Qué es el talento?

Yo diría, antes que nada, que eso que llamamos “talento” es una praxis creativa que en el capitalismo media de manera muy específica las posibilidades de cada individuo en la vida social, pues el hecho de “tener” o “no tener” talento (según las nociones generalizadas sobre lo que esto significa, que ahondaremos más adelante), determina en gran medida la existencia individual. Y es que se trata de una “aptitud” que nos posiciona en un lugar muy específico dentro de las estructuras jerárquicas que distinguen a nuestras sociedades capitalistas y que nos aleja, en primera instancia, de ciertos trabajos “mundanos” y para la mayoría indeseables que, por cierto, se perciben como carentes de todo talento (el de albañil, el de cocinera de fonda, el de barrendera, el de plomero), otorgándonos así un pase de entrada a realidades que quizá no se parecen en nada a aquellas de las que provenimos. Por supuesto, ni siquiera el susodicho talento nos asegura nada pues, ¿cuántos brillos no se habrán apagado debido al clasismo, al racismo o al sexismo de las industrias culturales, cuyos filtros están llenos de horrendos estereotipos?

Pero es en este sentido, y porque el talento implica formas específicas de trabajo y la correlativa producción de cierto tipo de mercancías en el capitalismo, que su impacto en la cultura (y por tanto en los ámbitos de la política, la economía y la moral) no son indiferentes a la configuración de las relaciones sociales. El talento puede pensarse, así, como una aptitud que dota de ciertas determinaciones a la praxis y que tiene un impacto decisivo en la sociedad del capitalismo tardío.

No obstante, la palabra “talento” es también un sustantivo que, como tal, constituye una forma de discernimiento con la cual podemos diferenciar: 1) entre quienes son talentosos y quienes no lo son; 2) entre quienes son talentosos para una cosa en particular y quienes son talentosos para otra, o 3) entre quienes son talentosos para una cosa y quienes son talentosos para varias cosas. Todo esto es muy útil a nivel esquemático, pero lo cierto es que no es tan inocente como parece. Porque la noción de talento y la naturalización que supone de las capacidades humanas esconde, detrás del determinismo biológico, lo que en realidad es un producto de condiciones sociales históricas y, más en concreto, de las condiciones materiales que cada individuo tiene dependiendo de su condición de clase, su sexo, su color de piel, cuánto dinero tiene su familia, qué educación le proveen, a que estímulos está expuesto y un larguísimo etcétera.

Dicho todo esto, me parece que el talento no es en el capitalismo sino la fetichización de las capacidades humanas vueltas un “don”, un “regalo” (en inglés “talento” es gift), lo que no resulta casual en un mundo desgarradoramente desigual. Pero esto tiene su historia…

La noción de talento está inspirada en la idea mitológica, más tarde recogida por la filosofía moderna, del “genio”, que trae consigo la noción de la “genialidad”. Ésta busca explicar, a través de la teología o de la naturaleza, la grandeza detrás de la actividad humana. La de “genio” es, ante todo, una idea que otorga su status especial al arte y, por ende, a quienes lo producen, aunque éstos no sean sino seres que fueron elegidos para transmitir un designio trascendental. En la actualidad esta noción de “genio” se conserva casi intacta, pues el sentido común suele ver en la genialidad o en el talento un atributo ya sea divino o determinado genéticamente, lo que para el caso cumple la misma función: explicar la grandeza humana por toda vía posible que no sea la de la praxis.

En ese sentido, para mí el problema no está tanto en fantasear con una cierta magia o misticismo detrás del talento, ni en admitir que la personalidad también influye en las facilidades que uno tenga para desarrollar maestría en algo. El problema radica, más bien, en las consecuencias que tiene el llevar la actual noción de talento a su límite, pues esto implica delegar de su lugar a la praxis creativa y, en ese sentido, al trabajo y al esfuerzo humano detrás de eso que atribuimos a algo externo.

Creo que para los sectores populares esta idea es, si cabe, más peligrosa aún que para cualquier otro sector. Es entre las clases populares donde quizá más se percibe a los artistas como superiores y se presupone que detrás de sus creaciones hay algo divino, sobrenatural o por lo menos inexplicable.

Para ilustrar lo anterior me remitiré a algo que me ocurrió hace poco: estaba yo viendo un concierto de Michael Jackson con un familiar quien, en un momento de genuino éxtasis, me dijo que lo que Michael lograba hacer en el escenario le hacía creer que había “algo más”, o sea, un Dios o algo por el estilo. Y es que ante sus ojos no cabía otra explicación: no podía ser que la precisión milimétrica que tenía Michael al bailar, esa forma asombrosa de cantar que lo caracterizaba y todo ese derroche de energía en el escenario hayan sido cien por ciento humanas.

Y quizá tenga razón: hay algo, si no divino, por lo menos mágico detrás de lo que personas como Michael logran hacer. No obstante, estoy segura de que creencias como las suyas, llevadas al límite, alimentan la naturalización de un mundo desigual donde las verdaderas diferencias las crea un sistema político y económico injusto, el cual nos somete a niveles ignominiosos de explotación y violencia que hacen casi imposible (o a veces heroico) el desarrollo de la praxis creativa. Es el mismo sistema que, para hacer de Michael quien fue, lo despojó de su infancia; para nadie es un secreto que sus padres y managers lo sometieron a un estricto régimen de aprendizaje musical y coreográfico desde pequeño (cosa que él mismo dio a conocer en diversas entrevistas y actos públicos).

Es por todo eso que creo necesario repensar la noción del talento…

Nuestro querido Marx nos dio las herramientas para hacerlo. En los Manuscritos económico-filosóficos de 1844, por ejemplo, escribió que: “la diferencia de talentos naturales entre los individuos no es tanto la causa como el efecto de la división del trabajo”. No existe, pues, algo así como el “puro talento”, sino talento conformado históricamente y cuya posibilidad está siempre a expensas de las condiciones objetivas de los individuos, mismas que incluyen ciertas relaciones sociales de producción y una específica división del trabajo.

Pensando en ello, ¿existiría talento en el socialismo? Yo creo que sí. La noción podría reelaborarse tomando en cuenta lo que planteó Marx, articulándolo de manera contundente al papel de las emociones, de las pasiones y, ¿por qué no? de la magia. El talento sería algo así como una combinación de trabajo duro (que no explotación), disciplina, emotividad, pasión y toques de magia: de eso que simplemente no sabemos de dónde salió, pero que ahí está y es irrefutable. Elementos que se encuentran todos, por cierto, en aquellos trabajos que normalmente son percibidos como carentes de talento por ser los que hacen los pobres, las mujeres, los negros y demás sectores históricamente excluidos.

Más aún, creo que esta redefinición no tendría por qué esperar a la susodicha instauración del socialismo, sino que bien podría (y debería) realizarse desde ahora. No sólo para impugnar los nocivos fetiches propios de la sociedad capitalista, sino porque la disputa por la hegemonía reclama insuflar de optimismo y autoestima a los sectores subalternos, que deben saberse siempre susceptibles al desarrollo de eso que llamamos talento y que en realidad es una praxis creativa.

Referencias bibliográficas:

Sánchez Vázquez, Adolfo, 1980, Filosofía de la Praxis, Grijalbo

Marx, Karl, Manuscritos: economía y filosofía, 1980 [1844], Alianza Editorial

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