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  • Ricardo Gutiérrez

Covid-19: La arrasadora marcha de la muerte, parte 2: Las venas virulentas del organismo-mundo


La irrupción arrasadora de la muerte y la forma que toma para cada uno, puede ser más catastrófica de lo que esperamos, flanqueando por completo cualquier medida para prevenir el contagio, como lo plantea Poe en “La Máscara de la Muerte Roja”. Ahí, el Príncipe Próspero junto con sus amigos:

Resolvieron atrincherarse contra los súbitos impulsos de la desesperación del exterior y cerrar toda salida a los frenesís del interior. La abadía fue abastecida ampliamente. Gracias a estas precauciones, los cortesanos podían desafiar el contagio. Que el mundo exterior se las compusiera como pudiese. (…) Dentro había todas estas bellas cosas, y además, seguridad. Fuera, la “Muerte Roja”.

Y es que el hecho de tener una vivienda y un trabajo previos que permitiera sobrevivir a la cuarentena en confinamiento, se volvió un tema de debate tan álgido que puso en jaque a distintos sectores que hasta hace unos meses antes no habían considerado por un momento el hecho de estar viviendo bajo una condición “privilegiada”, como la del Príncipe Próspero, pero también confrontó distintos sectores cuya condición de vida era precarizada en niveles distintos, al grado de que un trabajador informal cuestionaba a un profesor por poder dar clases desde casa, mientras él tenía que salir al curro diario como de costumbre bajo la incertidumbre del contagio.

Así, muchos plantean que vivir una cuarentena en confinamiento es un privilegio y que entonces lo que tiene que hacer la mayoría es salir a las calles y someterse a la ley del más fuerte, lo cual además de peligroso es completamente falso. Hay que comprender que la brecha entre el trabajo formal o asalariado que permite confinarse y el informal o los de primera necesidad -categoría utilizada para señalar los trabajos indispensables-, es un rasgo característico del capitalismo actual que explota de manera desigual a la población. A unos les da para comer mientras les roba la vida, a otros los orilla a la muerte: las formas más precarizadas de vida (sectores informales, marginados, trabajadores manuales, sin techo, etc.) son el resultado del ejercicio político del capitalismo que pondera la muerte sobre la vida, en el que para que las minorías vivan, las mayorías deben morir. Desde luego, mientras se mantenga el principio de la propiedad privada, de la acumulación egoísta, la solidaridad y cooperación sólo llegaran a nosotros esporádicamente, como una emergencia, una respuesta por la necesidad de sobrevivir a la catástrofe, pero que es volátil como el mismo coronavirus. Mientras tanto, el cimiento del egoísmo en el que está basado la sociedad civil seguirá enflaqueciendo el organismo social en el que nos encontramos.

Con la volatilidad del mismo virus, posturas desafortunadas se van adhiriendo de manera indiscriminada a una serie de tendencias políticas que avizoran una perversa puesta en marcha de aparatos coercitivos dentro de una falla sistémica que se piensa producida por el Estado. De estas tendencias, una de las más retomadas es la de la producción de un estado de excepción.

Para algunos autores como Agamben, este planteamiento, ―como el mismo lo dice― es una forma normal de gobierno que vendrá en conjunto con la estrategia de cada país por parar la epidemia. Sin embargo, ―con sus excepciones según cada estado nación―, este estado de excepción ya existía previo a la irrupción del virus. No hay que olvidar los niveles de violencia inauditos que se presentaron con el aún existente neoliberalismo y que desplegaron toda una serie de golpes cortantes por distintos flancos y en distintas esferas de la sociedad. Muy probablemente lo que está pasando es el rompimiento del estado de excepción neoliberal, ese que suspende la cotidianidad, que ejecuta, naturaliza y reglamenta la violencia por su incapacidad de mantenerse vigente por vía del consenso, que prevalecía antes del virus y que en realidad era la regla. A este estado de excepción reglamentado, sucede el “verdadero estado de excepción” ―recordando la tesis Vlll de Walter Benjamin―, uno que está llevado a cabo por el pueblo de la mano con la naturaleza, como una forma de violencia contra las estructuras fortificadas del Estado capitalista, que abre grietas en el Estado reglamentado junto con nuevas posibilidades de socialización, convivencia, organización estructural y como parte de la misma fuente de constantes crisis del capitalismo: el autómata global como gestionador suicida, que se odia a sí mismo, no soporta su existencia y busca aniquilarse por cualquier medio, valiéndose de los mismos mecanismos que le permiten sobrevivir (como la explotación de los recursos naturales y la fuerza de trabajo). O dicho de otro modo: Hemos avanzado hasta el punto en que podemos lograr la aniquilación civilizatoria. El suicidio, por decirlo de alguna manera, se ha socializado y ahora es propiedad pública.

Estos planteamientos volátiles son la muestra de una crítica peligrosa desde un punto de vista ―en mayor proporción ejercido por empresarios, militantes de derecha y medios de comunicación conservadores―, que lleva a la confusión, a promover la irresponsabilidad entre quienes tiene influencia y quienes no ven condiciones materiales reales que pueden provocar consecuencias tan graves como puede ser una enfermedad a nivel global, una pandemia, ya que para ellos la alerta de una muerte en masa es un “comportamiento desproporcionado”.

La “rebeldía” a la que llaman algunos sectores, -especialmente capitalistas- para salir del confinamiento, es contraproducente cuando emprende acciones directamente contra la vida de su portador. Salir de casa porque “no podemos permitir que el coronavirus nos someta” equivale a perder la guerra sin dar la lucha. Con un ambiente lleno de incertidumbres como el contagio y la violencia, la sociedad volvió a conocer una emoción que hace mucho había olvidado: el miedo, en desuso por el avance sistemático de la civilización que ha venido a ofrecerle al ser humano una serie de conforts que le impedían luchar por su sobrevivencia. Hasta ahora.

El problema al que se enfrenta el capitalismo ante el coronavirus es la disminución de la capacidad de consumo de los productos del trabajo a escala global, y que producían niveles de vida más allá del estado de bienestar en algunos sectores, pero completamente precarios en otros. Pero, la más drástica, será la caída en el consumo y producción de petróleo, que dará al traste con diversos mercados esenciales para sostener el modo de vida moderno, como menciona Harvey:

El COVID-19 es un detonador complejo de la crisis sistémica del capitalismo, en la que todos los factores anteriores están fuertemente interconectados, sin que se puedan separar entre sí. Todo parece indicar que esta epidemia puede representar una ocasión ideal para justificar la crisis económica capitalista que parece estar acercándose. El miedo produce una brusca caída de la demanda, que baja el precio del petróleo, lo que revierte en la emergencia de una crisis anunciada hasta este momento. Muy probablemente el coronavirus no es el único responsable de las caídas en las bolsas, como se dice, ni de una economía capitalista desacelerada, con las ganancias de las corporaciones y la inversión industrial estancadas, sino que es la chispa de una crisis económica pospuesta donde la mala salud de la economía es muy anterior a la epidemia.

En efecto, Žižek menciona que: “la epidemia de covid-19 es una especie de ataque de la “Técnica del corazón explosivo de la palma de cinco puntos” contra el sistema capitalista global, una señal de que no podemos seguir el camino hasta ahora, que un cambio radical es necesario”. Con esta metáfora, Žižek establece que el fin del capitalismo se acerca, que sólo le falta caminar cinco pasos para caer muerto. Pero ¿no es más factible creer que el covid-19 es la técnica que utiliza Beatrix Kiddo para quitarle su único ojo a Elle Driver?: aquí el capitalismo no muere, se vuelve loco, trata de defenderse de otros posibles golpes (calentamiento global, contaminación, violencia estructural), busca la forma de sobrevivir atacando por doquier refuncionalizando maniáticamente sus dominios y fortaleciendolos, porque ya está viviendo una crisis en la cual es difícil saber cómo y dónde atacar a su enemigo, se encuentra ciego sometido a sus impulsos.

Es decir, el colapso de esta maraña interconectada no tendrá una única causa, sino que se producirá por la incapacidad del sistema de solventar una multiplicación de desafíos en distintos planos en una situación de falta de resiliencia civilizatoria: el colapso se da en situaciones de altos niveles de estrés en distintos planos del sistema, que al igual que sucede con las personas por la infección del virus, mueren porque ya tenían un cuadro de patologías previas. Todo el sistema parece incapaz de responder efectivamente a este proceso que aún se augura, va a empeorar. Siendo así ¿cuál es el horizonte que se prevé en el porvenir próximo?

Continuará.

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