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¿Qué hace ese calzón tirado en el bosque?



Arranquemos con una postal: un grupo de niños camina por un terreno boscoso. Un espacio propicio para despejarse, para la aventura. Un trozo de tierra excepcional en una zona conurbada, rodeado de conjuntos de casas y grandes avenidas. Caminando entre los árboles, uno de los niños llama la atención de los demás; entre uno tronco y unos arbustos pequeños ha encontrado un calzón. Los demás se acercan intrigados, se ríen y fantasean, para luego irse y no recordar más el asunto.


Quien escribe esto revisitó hace poco el pequeño bosque de su infancia y lo anterior apareció a manera de recuerdo. Tres preguntas se generaron: ¿cuántas veces habré visto algo así?, ¿serían consensuados todos esos encuentros sexuales?, ¿lo sería alguno?


A partir de esto vamos a reflexionar sobre la violencia de género en sus dimensiones real y simbólica. La primera, por supuesto, deducible a partir de la ropa interior abandonada, una imagen que, a pesar de que no hay algún estudio al respecto, es un recuerdo relativamente “común” (regresaremos a esto más adelante). Si esa ropa nunca es masculina y a veces se acompaña de calzado, difícilmente se debe a que las mujeres que deciden tener un encuentro sexual en un lugar abierto tiendan a olvidar su ropa íntima o que gusten de salir de esos lugares caminando descalzas sobre piedras y ramas después el sexo. El tabú sobre el tema sexual y el desconocimiento de facto que puede tener un niño, hace del hallazgo algo curioso y hasta cómico cuando seguramente están viendo la evidencia de una violación.


Ahora pasemos a otra dimensión, la de las representaciones simbólicas: el relato del inicio pretende interpelar a quien lee. Que se identifique, puesto que suponemos que no es extraña una experiencia similar o el conocimiento de una. De esta manera, se pretende una anécdota general y representativa, cuando —por el contrario —se trata de una anécdota atravesada por el género. Esto es, la conformación de grupos de infantes que recorren las calles como forma de pasar el tiempo (que vagan, usando un término peyorativo), es una práctica social predominantemente masculina, objetivación de valores propios al género masculino como la aventura, la exploración y el reto al peligro.


Ahora, sobre la relación con esos espacios naturales, quien se adentra en estos vive un proceso de apropiación, no en el sentido de la propiedad privada de la economía política capitalista, sino de vivirlo como lugar propio, que se produce con la vivencia en él y que es un sitio al que no todo mundo accede. Aunque no hay una restricción formal del acceso, existe una exclusión casi total del género femenino de tales espacios. En una violacón se hace extensiva la dinámica de apropiación, el cuerpo del otro se objetiviza: el de la mujer. De esa manera el bosque, planteado de forma infantil como signo de esparcimiento, aventura y juego (tono fraternal de las amistades retratadas en las adaptaciones al cine de Eso o Cuenta conmigo, de Stephen King), cambia de orientación hacia un significado de horror y violencia.


Por último, cabe preguntarse, ¿cómo es posible que si esto pasa constantemente, incluso en el terreno cercano a la casa de alguna de las personas que lee, no se hiciera un escándalo o pasara a ser sabido por todos? Principalmente porque hay una cultura del silencio. El llamado pacto patriarcal es un acuerdo tácito por el que este tipo de actos no son combatidos y a veces ni siquiera nombrados. Inacción que se asume como forma de evitar la deshonra o el conflicto.


El carácter sistemático de los crímenes de género se puede entender como un entramado de hechos cometidos que son, a la vez, ocultados y reproducidos mediante relaciones socioculturales. Ocurren. Pero parecen invisibilizarse, porque son, de hecho, ocultados. La fuerza actual de los feminismos y sus luchas por combatir las violencias machistas recae en el hartazgo que surge frente a un panorama siniestro. Es un esfuerzo radical por visibilizar esa violencia, denunciar y reprimirla. Un calzón tirado es una desgracia normalizada. Precisamos sabotear esa normalidad.


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