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  • Sandra Vanina Celis

La disputa por la hegemonía en tiempos pandémicos (III)



La pandemia y la disputa por el sentido común


Dentro de las muchas pistas que la pandemia devela respecto a la crisis civilizatoria en marcha encontramos una de suma importancia: el agotamiento de la socialización neoliberal y la emergencia, en consecuencia, de un nuevo tipo de socialización capitalista cuyos rasgos fundamentales aún desconocemos. Y es que no sólo se agota un modelo económico, sino también el conjunto de reformas intelectuales que se impusieron como forma inapelable de la socialidad: prácticas, teorías, ideas y normas que eran la base del hiperindividualismo, el consumismo y el emprendedurismo característicos del neoliberalismo.


En ese sentido, la pandemia nos enfrenta ante la urgente necesidad de replantear las estrategias y horizontes de todas las fuerzas de izquierda (gobiernos, partidos y movimientos sociales) al momento de empujar la organización de los sectores subalternos. Porque las dificultades mencionadas a lo largo de esta reflexión apuntan a que la subjetivación capitalista seguirá siendo aquella dominante, y peor aún: a que corremos el riesgo de que se profundicen los grados de subordinación toda vez que la pandemia infunde un miedo paralizante y que las medidas de aislamiento están propiciando una pasivización de la sociedad civil de nuevo tipo. Tales premoniciones no están carentes de sentido si pensamos en la historia del capitalismo y en cómo las relaciones sociales que surgen del modo de producción capitalista (MPC) han sido construidas e irradiadas. No se ha tratado en absoluto de una imposición a través de la pura coacción (aunque ésta suela jugar su parte en la construcción de las creencias), sino que aquí ha jugado un papel central la ideología como constructora de identidades afines al mercado. Más aún: las catástrofes sociales (revoluciones, guerras, pandemias) suelen trastocarlo todo porque son momentos de impasse intersubjetivo en los cuales es más viable lo que René Zavaleta llama la “interpelación o penetración hegemónica”. Son momentos en los cuales hombres y mujeres son más susceptibles a sustituir el universo de sus creencias, representaciones, fobias y lealtades.


Pero para pensar esta cuestión en nuestro presente vale la pena retomar uno de los primeros debates que surgieron a raíz del coronavirus: aquel entre el filósofo Giorgio Agamben (quien publicó un artículo titulado “La invención de una epidemia"), y el psicoanalista Jorge Alemán (quien publicó “Agamben, el coronavirus y el capricho teórico”). En su texto, Agamben señaló sin chistar que el Covid-19 era una “gripa normal” y que la desproporcionada reacción ante el virus tenía como objetivo instalar estados de “pánico colectivo”. Alemán, en cambio, argumentó que el virus era real y que traería serias consecuencias sociales y políticas. Según el psicoanalista:


Los antagonismos siguen operando y se confrontan a distintas desigualdades; este virus, que sí existe, afectará desigualmente a los sectores de la sociedad subalternos, y lo mismo ocurrirá con los distintos países vulnerables del mundo.


A la luz de los hechos —y de algunas nuevas posiciones hechas públicas por ambos intelectuales— nos parece importante rescatar un poco de ambas visiones. Porque si bien la posición de Agamben es la de un intelectual abstraído de las luchas populares —y que se llega a acercar peligrosamente a perspectivas conspiracionistas y negacionistas—, lo cierto es que ha señalado algo que vale la pena repensar en momentos en los cuales nuevas relaciones sociales de dominación podrían ser impuestas sin mucho esfuerzo. Y es que: hemos aceptado sin demasiados problemas, sólo en nombre de un riesgo que no era posible precisar, limitar nuestra libertad de movimiento a un grado que nunca antes había ocurrido en la historia del país, ni siquiera durante las dos guerras mundiales (el toque de queda durante la guerra estaba limitado a ciertas horas). Por consiguiente, hemos aceptado, sólo en nombre de un riesgo que no era posible precisar, suspender de hecho nuestras relaciones de amistad y de amor, porque nuestro prójimo se había convertido en una posible fuente de contagio.


Es evidente que la perspectiva de Agamben cae en un exceso de idealismo romántico, lo que le resta seriedad. Vamos que, ¿cuánta libertad teníamos antes de la pandemia? ¿Qué tanta amistad y amor había de hecho en nuestras relaciones? No obstante, es verdad que amplias mayorías tuvimos que aceptar condiciones de vida insólitas por un riesgo que “no era posible precisar”. Pero el problema de esto no es el virus y su verdadera letalidad (que ha demostrado ser muy alta en tanto que la enfermedad es muy contagiosa y el neoliberalismo desmanteló los servicios de salud pública), sino la falta de democracia social, única que nos permitiría formar parte de la toma de decisiones en un asunto que, literalmente, nos compete a todos.


Ahora: si bien en un principio era difícil introducir en el balance el papel de la OMS en esta crisis (toda vez que se podía caer fácilmente en peligrosas y contraproducentes perspectivas negacionistas), lo cierto es que al día de hoy persisten los claroscuros detrás del decreto de Emergencia de Salud Pública de Importancia Internacional (ESPII) del 30 de enero, así como de la declaratoria de pandemia del 11 de marzo. Estos decretos, que echaron a andar al disruptor sistémico que es la pandemia y que reconfiguraron por completo la socialidad global, fueron emitidos por un organismo que arrastra decenas de cuestionamientos: entre ellos sus vínculos con grandes farmacéuticas y con importantes representantes de la burguesía trasnacional (como Bill Gates). Ello sin contar las irregularidades en las que ha incurrido en los últimos tiempos, como lo fue el abrupto cambio en la definición de “pandemia”, a partir del cual las tasas de letalidad del patógeno en cuestión ya no importan; tal cosa, sobra decirlo, relativiza los criterios para decretar una pandemia como la del Sars-Cov-2, y fue lo que pasó no sólo en esta ocasión, sino en aquella cuando se decretó la “pandemia” por (A)H1N1.


Sin embargo, cuestionar esto no es poner en duda (por lo menos no gratuitamente) todo lo que hizo la 4T u otros gobiernos de izquierda a lo largo del año, y menos si tomamos en cuenta el poco margen de maniobra que deja a los Estados la necesidad de acatar imposiciones internacionales. Tampoco es un llamado a relajar las medidas de prevención en países donde el modelo neoliberal nos dejó con sistemas de salud que difícilmente pueden lidiar con la necesidad de cuidados intensivos que tienen 5% de los infectados. Más bien se trata de un cuestionamiento necesario que cobrará relevancia cuando pesen sobre la sociedad las peores consecuencias de la pandemia, cosa para la cual habrá que estar preparados. Nuestra hipótesis es que esto abrirá la posibilidad y la necesidad de hablar sobre problemas relacionados a la dominación (de clase, pero también colonial y patriarcal). Y hacerlo con una perspectiva que vaya más allá de los planteamientos decimonónicos de los diversos grupos de izquierda tradicional (por lo demás relegados) será fundamental para articular núcleos de comprensión sobre un problema sobredeterminado como lo es la pandemia y el renovado papel de organismos totalmente funcionales al poder del capital como lo es la OMS, entre otros.


En ese sentido, y si bien la posición que nos parece políticamente consecuente en el debate arriba mencionado sigue siendo la de Jorge Alemán, lo cierto es que la propia realidad nos impone rescatar lo que tienen de vigente visiones como la de Agamben, quien a la postre se ha hecho importantes preguntas en otros artículos recopilados en el libro ¿En qué punto estamos? La epidemia como política, esto sobre todo en lo relativo a problemas éticos cuyas salidas políticas nos corresponde pensar, pues se trata de cuestiones que también se presentarán en México y en América Latina y que afectarán gravemente a las clases subalternas. Una de estas preguntas nos parece especialmente pertinente: “¿Qué pasa con las relaciones humanas en un país que se acostumbra a vivir de esta manera por quién sabe cuánto tiempo? ¿Y qué es una sociedad que no tiene más valor que la supervivencia?”.


Bajo estas legítimas dudas podemos plantear una hipótesis: que la supervivencia en el capitalismo no es ya sólo el polo opuesto al desarrollo sin límites que lo caracteriza (y que nos ha traído hasta aquí), sino algo que se juega en el aquí y el ahora. Es decir: no se trata ya de una cuestión a largo plazo (o como dice la ONU, “tenemos hasta 2050”), sino de un problema concreto para amplias capas de la población a las cuales el confinamiento les resulta ya literalmente insostenible y que, en adelante, se dedicarán a sobrevivir, viéndose reducidos —a decir de Agamben— a nada más que a sus “elementales funciones biológicas”.


Nos parece que esto trae consigo nuevos retos para las fuerzas de izquierda, pues las medidas de aislamiento social orillan a que no haya “más valor que la supervivencia” y prometen desatar una nueva guerra de pobres contra pobres ante la falta de culpables por la propagación del virus. Aquí, la apelación creciente a que la salud colectiva es nuestra responsabilidad individual (y no la de los Estados), sumado al papel de los medios de comunicación y las redes sociales que generan confusión entre la sociedad, constituyen el basamento perfecto para la irradiación de una narrativa que justificará un control territorial de la población de nuevo tipo: un control “consensuado” a partir del miedo y la incertidumbre, y por el cual la gente se convertirá en su propio policía o en el de su familia. Por supuesto que hablamos aquí de algo muy en abstracto y aún difícil de asir. Hablamos de un control que no será homogéneamente impuesto, sino uno cuya expresión será distinta en cada país, dependiendo de la correlación de fuerzas al interior de cada nación. No obstante, no habrá sociedad que escape a esta reconfiguración capitalista del poder, toda vez que su fundamento está en el legítimo pánico provocado por la pandemia, que es global, como global es el modo de producción capitalista (MPC).


Así que la necesidad de cuestionar el decreto de pandemia radica aquí, y empieza por preguntarnos si nuestra supervivencia dependía realmente de todas las medidas que se tomaron ante el virus. Algunos científicos ya han intentado llevar esta discusión a la arena pública a partir de investigaciones que ponen en duda cuestiones como la fiabilidad de las pruebas PCR o la efectividad de las vacunas (con la correlativa denuncia de que, por primera vez en la historia, toda la humanidad es un conejillo de indias colectivo para probar tecnología nunca antes usada como lo es el RNA mensajero). Lamentablemente, y a falta de otras herramientas de análisis político y social, los esfuerzos de estos científicos han caído en saco roto. Incluso han sido censurados por poner en duda la vacuna de Pfizer como nunca fueron censurados quienes ponían en duda la vacuna Sputnik V (ver aquí como la doctora Karina Acevedo fue dudosamente “verificada” por Animal Político). Esto es preocupante en el corto plazo si pensamos en el cariz que ha cobrado la lucha geopolítica por distribuir la mercancía vacuna (cuyas fases han sido financiadas con dinero público), y que involucra a uno de los negocios más gigantescos del siglo XXI: la Big Pharma, cuyos especialistas ya han estado involucrados con las recomendaciones emitidas por la OMS para beneficiar a dichos emporios farmacéuticos. ¿Realmente nos inyectaran la mejor vacuna? Parece poco probable.


Como sea, todas estos necesarios cuestionamientos apuntan de formas diferenciadas a un mismo objetivo: repensar si la imposición de las medidas de prevención no son las que, paradójicamente, nos están poniendo en un riesgo aún mayor. Por supuesto que no se trata de reproducir los discursos que privilegian a la economía por sobre la salud, sino de pensar en que la propia pandemia podría estar funcionando como una forma de integración para realizar la socialización capitalista. Siguiendo esta hipótesis, la pandemia podría conceptualizarse como una fuerza productiva que apunta a que el desarrollo capitalista se vea modificado, más no se detenga. O, dicho en otras palabras: una fuerza productiva que ofrece una salida política para consolidar una nueva fase del capitalismo, en la cual las clases dominantes puedan gestionar un estado de crisis perpetua de manera más eficaz y autoritaria de lo que lo hizo el neoliberalismo hasta ahora.


Llegados a este punto de la reflexión cabe recordar los principios planteados por Marx en el Prólogo y retomados por Gramsci: los famosos “elementos para orientarse”, mismos que nos sugieren la racionalidad de las transformaciones sociales:


Elementos para orientarse: 1°] el principio de que “ninguna sociedad se plantea tareas para cuya solución no existan ya las condiciones necesarias y suficientes” [o que no estén en curso de desarrollo y de aparición, y 2°] que “ninguna sociedad se derrumba si primero no ha desarrollado todas las formas de vida que se hallan implícitas en sus relaciones”.


Estos principios se fundan en la categoría de “fuerzas productivas”, mismas que no remiten sólo a la técnica ni suponen nada más que un mero factor social: son, más bien, una articulación compleja entre ambas. Para Zavaleta, por ejemplo, el grado de una fuerza productiva (su inferioridad o superioridad respecto a otras fuerzas productivas) responde a la correspondencia que ésta suponga entre el modo productivo y la colectividad en que ocurre, de tal modo que una fuerza productiva puede ser tanto la nación como “el hombre libre, la subsunción formal, la subsunción real, la transformación del tiempo, etc.”. En ese sentido, una fuerza productiva podría ser también una pandemia, si acaso esta llega a ser capaz de refundar la socialidad capitalista y de refuncionalizar aspectos clave del sistema. Y nosotros creemos que esta pandemia es capaz de ello. Más aún: si nos atenemos a lo dicho anteriormente es posible aventurar la hipótesis de que, efectivamente, la pandemia es una fuerza productiva. Y no sólo eso, sino una fuerza productiva superior.


Ahora: si el avance de ciertas fuerzas productivas en el capitalismo ha tenido objetivos más o menos claros (como en el caso de la constitución de la nación, que conforma un espacio homogéneo y centralizado idóneo para la instalación del MPC), la pregunta sería: ¿cuál es el objetivo de esta fuerza productiva llamada pandemia? A nivel económico sus objetivos quedan más o menos claros si tomamos en cuenta los intereses de las élites y de las trasnacionales reunidos en torno a la OMS y a las grandes farmacéuticas; aún más si añadimos que los principales beneficiados son las trasnacionales de siempre (Big Pharma, pero también Silicon Valley y los Gigabancos), pertenecientes todas a una hegemonía en declive que necesitaba de este impasse mundial. No obstante, el único interés no puede ser el de “vender” o “hacer negocio”, sino el de mantener la hegemonía (así sea de la hegemonía negativa) de la socialización capitalista, única en la cual es posible la valorización del valor. Ahí entraría a escena el “factor social” de la pandemia como fuerza productiva ya que, como dijimos anteriormente, ésta ha sido capaz de trastocar la socialidad a partir del pánico.


Sin embargo, predecir lo que sucederá en adelante rebasa los límites no sólo de este texto, sino del espacio-tiempo actual. Sería como si con sólo ver el petróleo nuestros abuelos hubiesen podido augurar la fase fordista del capitalismo. No obstante, esperamos que estas pocas hipótesis en torno a los diversos ámbitos en donde se despliega la disputa por la vida sean de ayuda al momento de seguir pensando las consecuencias de la pandemia, particularmente en una América Latina que aún se disputa su cuestión nacional y a la que aún le esperan muchos asedios imperialistas de los cuales defenderse.


Esperamos, pues, que estas reflexiones logren iluminar un poquito tanta oscuridad. Porque la esperanza está a la vuelta de la esquina...


Referencias bibliográficas

Zavaleta Mercado, René, Obra completa, tomo II: ensayos 1975-1984, Plural editores, 2013

Zavaleta Mercado, René, La autodeterminación de las masas, Siglo XXI, 2015

Marx, Karl, Contribución a la crítica de la economía política, Siglo XXI, 2013

Ouviña y Thwaites Rey (compiladores), Estados en disputa: auge y fractura del ciclo de impugnación al neoliberalismo en América Latina, Editorial El Colectivo


Imagen de portada: Philipp Igumnov

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