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  • Sandra Vanina Celis

¡Odiamos a la policía! (Un esbozo crítico sobre el porqué de esta rabia)

Actualizado: 10 mar 2021

Odiamos a los policías. Pero nuestro odio a los "puercos" no es visceral ni responde a alguna especie de sectarismo. Lo cierto es que tenemos muy buenas (e históricas) razones para detestarlos a ellos y a todo lo que representan.

Es por ello que a continuación intentaremos hacer un pequeño esbozo para englobar algunas de esas razones, tarea que consideramos muy pertinente ahora que la represión policíaca está siendo impugnada por millones de personas alrededor del mundo, esto en el contexto de una crisis global del neoliberalismo que, además, ha sido exacerbada por la pandemia por coronavirus. En ese sentido, la pregunta guía de este esbozo podría formularse así: ¿Por qué odiamos a la policía? A ello intentaremos responder de la manera más crítica posible.

La policía como fuerza productiva de la violencia estatal

Antes que nada es importante precisar que la policía como institución de seguridad, como brazo armado civil del Estado, es en su fundamento lo mismo en México que en cualquier nación del mundo. Las diferencias entre una y otra son sobre todo de carácter técnico: éstas competen a la manera en la que cada Estado organiza a sus aparatos represivos, entre ellos a las fuerzas policiales y a sus diversas corporaciones, a las cuales destina a tareas específicas dependiendo de su grado de especialización y de su nivel de competencia. Pero decimos que son lo mismo en el sentido de que en todo el mundo funcionan como fuerza productiva de la violencia estatal, demostrando por lo mismo que, sin importar el nivel de atrocidades cometidas contra todo tipo de sectores sociales, la impunidad está casi siempre asegurada, y que sin importar cuántas reformas se hagan, la represión no cesará.

Hay quienes insisten en afirmar, en el mismo tono de lo dicho anteriormente, que los partidos son también “todos iguales”, algo sobre lo cual ya hemos hablado antes y que nos negamos a aceptar. Pero, ¿por qué es posible entonces asegurar que la policía sí es igual y representa lo mismo en todo el mundo? ¿No implicaría eso la necesidad de admitir que los partidos —o gobiernos— son todos igual de represores? Para nada. Veamos por qué.

El problema de la policía como “fuerza del orden” rebasa a los partidos y los gobiernos, siendo más bien un problema que compete al aparato estatal capitalista. Es al Estado como campo de luchas al que necesariamente se tienen que limitar todos los procesos que, por ahora, pueden abrirse dentro de la disputa hegemónica, sean estos del signo que sea, o sea cual sea la tradición que abanderen. Dicho en otras palabras, no importa si el partido o gobierno es de izquierda, y ni siquiera si dicha adscripción a la izquierda es un reflejo auténtico de una base social popular poderosa con ideales más o menos anticapitalistas, pues el problema no es de gobiernos o movimientos, sino del Estado en el cual dichas luchas se inscriben [1].

He ahí la tensión que atraviesa transversalmente toda lucha por la hegemonía y, por tanto, toda transición posible al socialismo (así como a la superación del Estado a la cual su culminación debería llevar). Porque como ya preguntaba Poulantzas al comienzo de su Estado, poder y socialismo: “¿Quién escapa hoy al Estado y al poder?”. La respuesta, obviamente, es nadie.

Ahora, todos sabemos que el Estado es un campo de tensiones en el cual se condensan las fuerzas sociales de un determinado bloque histórico —es decir, dentro del cual se desarrolla el proceso de la lucha de clases en cada nación. Dicho campo, como todos sabemos también (y quizá demasiado bien, pues lo sabemos por experiencia) necesita del monopolio de la violencia legítima para mantener su contradictoria unidad, pues el consenso tiene como límite las necesidades concretas del capital (su necesidad de explotar la fuerza de trabajo), necesidad que invariablemente termina siendo impuesta a fuego y sangre. Es por ello que el Estado, muchas veces, rompe su propia ley, lo que se ha vuelto aún más evidente en el neoliberalismo.

Y es así que ocurren episodios de represión como el sucedido el día 2 de junio de 2020 en la Ciudad de México durante una protesta, donde una chica de 16 años fue brutalmente pateada por un puerco. Estos jóvenes se manifestaban, valga la redundancia, contra la represión policíaca en el estado de Jalisco, donde los abusos de los policías han llevado a la muerte a decenas de personas, entre ellos al albañil Giovanni López. Y lo que se encontraron estos jóvenes fue más de lo mismo: ¡Represión policíaca por doquier!

…Y es así como lo que el gobierno de Claudia Sheinbaum sacó por la puerta (los granaderos) vuelve a entrar por la ventana.

¿Complicidad? ¿Ingenuidad? La verdad es que no nos importan mucho las intenciones de Sheinbaum. Nos importa que, al declarar la extinción del cuerpo de granaderos (una demanda instalada ya desde el 68 por los jóvenes estudiantes), Sheinbaum intentó legislar más allá de sus posibilidades. Es imposible que ella pueda efectivamente hacer desaparecer a una institución que siempre volverá, así sea con otro nombre y otras fachas. Es imposible porque la policía es irreformable. Es imposible, pues, porque ni ella, ni Lenin, ni nadie podría desmantelar al aparato represivo sin desmantelar también al Estado.

Llegados a este punto vale la pena hacer hincapié en lo que ya dijimos: el Estado tiene el monopolio de la violencia legítima, y por eso la policía es una fuerza productiva de dicha violencia, a través de la cual el Estado garantiza su contradictoria unidad. Por eso, cabe destacar, odiamos a los puercos. Y nuestro odio es legítimo, aunque los biempensantes siempre incurran en argumentos superfluos como “eso te hace igual a ellos” o, acaso, a que “son trabajadores uniformados”. Pero nuestro odio es legítimo porque es de clase: está sustentado sobre el saber crítico de que los policías jamás responderán a los intereses de las clases populares y que, más bien, nunca dejarán de responder a los intereses de las clases dominantes organizadas en el Estado, de quienes siguen las órdenes sin chistar porque “arriba les piden resultados”. Los policías son, pues, sempiternos guardianes de la propiedad privada. Podrá haber elementos que se rehúsen a seguir alguna orden o que cambien de bando. Pero la mayoría no dudará en apuntar directo a los ojos.

¿Y qué hacemos con nuestro odio?

La única forma de escapar a la lógica del poder que todo esto supone es a través de la vieja confiable: aboliendo el Estado y, con él, a todas las formas de dominación que le son propias a sus diversos aparatos. Por supuesto, tal es el objetivo irrenunciable de toda lucha por el socialismo. Sin embargo, creer que esto se puede hacer en un proceso exento de tensiones no es sino muestra de analfabetismo político. Es decir, en realidad no hay escape. Tenemos que enfrentar esa realidad, no escapar de ella. Y eso sólo puede hacerse a través de un largo, doloroso y contradictorio proceso cuyo éxito no está ni mucho menos asegurado por ninguna Providencia. Es lo que Gramsci llamó la lucha por la hegemonía.

Ahora bien: eso no significa ahogarnos en nuestra rabia, ni aceptar la represión con resignación. Muy al contrario, implica impugnarla todavía con más ímpetu, y con la seguridad de que dicha impugnación es una tarea política de primer orden que además hermana nuestras luchas, sean las del #BlackLivesMatter o la de #JusticiaParaGiovanni. Pero implica también reconocer que si la policía es en su fundamento igual, los niveles de represión no son siempre los mismos. Debemos reconocer que, en términos concretos, la represión del Estado tiene diversos niveles de gravedad no sólo en cada nación, sino en cada región. Como hemos podido ver en el caso de México desde 2019, la violencia policial no es igual en Jalisco (gobernada por un acérrimo opositor de AMLO) que en la Ciudad de México. En estas cuestiones tan delicadas se juega, pues, la vida de la gente, así como la posibilidad de ampliar la democracia y fortalecer nuestras luchas. Aun así, por el carácter que cobran las fuerzas policiales en el Estado y que esbozamos previamente, creemos que es inadmisible aceptar cualquier tipo de represión, venga del gobierno que venga.

Pero entonces, ¿qué hacemos? Es imposible dar una sola respuesta, pues dicha pregunta supone un montón de problemáticas. No obstante, hay una cuestión que no podemos esquivar: el de la transición: ¿Cómo superar el neoliberalismo, que se ha caracterizado por ser una fase especialmente violenta del capitalismo? En términos de seguridad, ¿qué pueden plantear los movimientos socio-políticos como alternativa a los aparatos represivos del Estado, cuya desmantelación será tan lenta como la desmantelación de los aparatos económicos e ideológicos? [2]. La respuesta concreta dependerá de la correlación de fuerzas en cada país y de las posibilidades que se ofrezcan a los movimientos socio-políticos para operar diversas alternativas. Más aún, puede depender también de específicas condiciones políticas regionales en dichos países.

Por lo pronto podemos decir que, dado que el horizonte general debe ser necesariamente el del desmantelamiento del aparato represivo (pues sólo así se terminará con la represión), es importante reconocer la valía detrás de todo esfuerzo de organización popular, esto en el sentido específico de que detrás de ellos suele haber ya gérmenes de lo que podrían ser nuevas formas de organizar la seguridad y de cuidarnos entre todxs. Ejemplos los tenemos ya en los diversos feminismos (su autodefensa), así como en luchas como las de las Panteras Negras o, en México, las del zapatismo o la del Frente Popular Francisco Villa Independiente, entre muchas otras. Todas estas luchan han sabido construir comunidad más allá de los límites jurídicos planteados por el Estado, y han sabido mantener la cohesión pese a la violencia de la cual han sido objeto. Son, por tanto, un ejemplo sobre el cual nos es urgente aprender.

Es en el sentido específico de lo anterior que no podemos prescindir de las luchas desde abajo, lo que equivale a afirmar que no podemos confiar a ningún gobierno (así sea más o menos representante de intereses populares) el desmantelamiento del aparato represivo. Eso sólo lo lograremos nosotrxs disputando la hegemonía, construyendo alternativas y no dejando dar ni un paso más a todas aquellas clases dominantes cuyo sueño húmedo es el fascismo y que insisten con ampliar el Estado de excepción para asegurar su poder.

Por eso no nos queda más que decir… ¡El que no brinque es puerco!

Notas

[1] En el caso de las abigarradas sociedades latinoamericanas sucede que ciertas luchas, provenientes de sectores que han sido diezmados, expulsados y sólo relativamente integrados al Estado, desbordan a éste precisamente por tener otra relación con él que la de los sectores estudiados desde la teoría clásica del marxismo. Esto implica además pensar la peculiaridad del propio Estado en Nuestra América, el cual no escapa, sin embargo, de las líneas básicas de análisis que estamos elaborando en este trabajo. Si acaso podemos esbozar una primera diferencia: la del mayor grado de violencia que caracteriza a nuestras sociedades dada la específica configuración colonial del poder y el constante saqueo y despojo del cual han sido objeto por parte de los países centrales.

[2], Poulantzas tiene a bien remarcar la problemática que supone para el socialismo aquello de la desmantelación del Estado: “Es especialmente claro que los aparatos de Estado y el aparato económico no pueden ser quebrados ni al mismo tiempo ni de la misma manera”. Esto, nos dice Poulantzas, ocurre de igual manera respecto a la velocidad con la cual se puedan desmantelar (o en sus palabras, quebrar) tanto el aparato ideológico como el aparato represivo. No hay recetas, pues. Tomar el palacio de invierno es apenas el principio...

Referencias bibliográficas

Poulantzas, Nicos, 2014 [1978], Estado, poder y socialismo, Siglo XXI Editores

Poulantzas, Nicos, 1976 [1970], Fascismo y Dictadura, Siglo XXI Editores

Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA). (2014). La Policía en México. Recuperado de: https://www.wola.org/wp-content/uploads/2014/05/La-Polici%CC%81a-en-Me%CC%81xico_Muchas-Reformas-Pocos-Avances.pdf

*Fotografía de portada: @revolucionescuela

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