Acosos, insultos, violaciones, feminicidios. Miedo permanente, desconfianza institucionalizada, vida infravalorada, erotismos erosionados. Doble —y hasta triple— explotación... Estos son algunos de los problemas que afrontamos las mujeres en México, los cuales han sido brutalmente agudizados por el patriarcado neoliberal.
La profundización de esta violencia patriarcal, inserta en un metabolismo capitalista inherentemente violento —tanto para mujeres como para hombres—, es en parte el resultado de una derrota social histórica de escala planetaria marcada por la caída del muro de Berlín, y que supuso la profundización de una dominación capitalista cada vez más violenta en todos los ámbitos. Este fue un proceso histórico que las mujeres tuvieron que afrontar prácticamente solas, pues el feminismo en general —y los feminismos en particular— estaban rezagados y desarticulados, no pudiendo hacer frente al proyecto neoliberal que las clases dominantes impusieron sobre las mayorías.
Esto en México tuvo consecuencias funestas...
El sufrimiento de millones de mujeres en el contexto neoliberal se volvió —y sigue siendo— invisible, silencioso y sigiloso: ocurre en el llamado "ámbito privado", donde el dolor es ahogado entre paredes. Pero que no lo escuchemos no significa que sea imperceptible, y no porque suceda en una esfera “privada” deja de ser político:
somos 46 millones de mujeres, y 30 millones hemos sufrido algún tipo de violencia. Y tan sólo en diez años, de 2007 a 2016, más de 22 mil mujeres fueron asesinadas en el país.
Esto demuestra que, en realidad, se trata de un problema transversal llamado violencia patriarcal —que deriva en violencia machista—, el cual se ha recrudecido con la violencia que ha trastocado las relaciones sociales en general, y que está profundamente vinculado a lo político, a lo económico y a lo ideológico. En ese sentido, la violencia machista es un trastocamiento profundo de la cotidianidad: es el momento cuando, verdaderamente, lo “personal” es político —o debería serlo, porque de hecho lo es.
Esta situación es conocida nacional e internacionalmente, por lo menos en forma de horripilantes cifras...
El problema es que casi no existen espacios o plataformas para impulsar la transformación de esta dantesca situación y frenar la violencia patriarcal. Lo que así lo determina es un acumulado de cuestiones de las cuales ya hemos expuesto, sucintamente, la primera: la imposición del proyecto neoliberal y la derrota histórica que supuso dicha imposición para la izquierda en general, incluido el feminismo, el cual llegó a un punto de quiebre durante los 80 y 90. Tal sería la segunda cuestión a señalar en este balance: y es que la mayoría de los movimientos sociales, organizaciones y tradiciones de lucha (incluido el feminismo) quedaron ya sea destruidos o paralizados durante el periodo neoliberal, insertos en una nueva dinámica que les exigía aislarse, transformarse o reducirse al ámbito académico.
El aislamiento, la transformación y la reducción en el feminismo relucen en los siguientes aspectos:
Primero, en que a partir de los intentos (en lo general fracasados o abortados tras un tiempo) de crear frentes, comités y redes feministas en los 80, la cuestión de las mujeres viró, a partir de los 90, a la academia. La mayoría de las feministas se dedicaron a construir una epistemología femenina y a instaurar los estudios de género como parte de los planes de estudio y de investigación en las universidades (un poco tarde, pues esto empezó en Estados Unidos desde los 70). Mientras tanto, y como segundo aspecto a destacar, el monopolio de la política feminista seguía concentrándose en los movimientos de mujeres: en nuevas ONG’s e instituciones que fueron en México producto de la presión de organismos internacionales, y que hizo al feminismo reducirse a un ámbito de acción política institucional rodeado de conservadurismo (de mujeres pro-vida, por ejemplo) y de corrupción (pues el PRI llevaba más de medio siglo en el poder). Bajo estas condiciones, muy poco fue lo que el feminismo pudo conquistar, lo cual convino mucho al Estado y al capital por razones que omitiremos en este balance.
En síntesis: hubo una confluencia, a veces un tanto amorfa, entre movimiento de mujeres y feminismos —que como explica Marta Lamas no son lo mismo.
En esa confluencia, las posturas más a la izquierda del feminismo no lograron imponerse, siendo aisladas o subsumidas por el “movimiento de mujeres” oenegero e institucional, o si acaso por partidos como el PRD.
Así, la absorción de algunos feminismos de la izquierda (por ejemplo comunista) por parte del feminismo institucional, provocó el aislamiento de facto de otros feminismos, algunos de los cuales ya antes se habían auto-excluido, como los grupos y colectivos feministas de autoconciencia de los 70 y 80. Pero los feminismos de tendencias de izquierda aún más radicales o autonómicas que surgieron en los 90 y dosmiles nacieron ya políticamente aislados debido a esta situación: incluso aquellos que actualmente forman parte de organizaciones de izquierda más “amplias” siguen siendo minoritarios. Tenemos también a las herederas del feminismo en las universidades: las jóvenes estudiantes que han tendido al llamado “feminismo separatista”, las cuales han cobrado fuerza en espacios como la UNAM y que han seguido un camino de construcción independiente de cualquier otro movimiento político por las razones expuestas —tal y como también lo han hecho los dispersos movimientos LGBTI.
En la actualidad esta pasividad de los feminismos, subsumidos o aislados por los movimientos de mujeres y el feminismo institucionalizado, ha hecho al feminismo en general incapaz de actuar ante los brutales índices de violencia patriarcal. Pocos son los casos de mujeres violentadas que llegan a los medios de difusión masiva: quizá el feminicidio cometido por la pareja de una chica universitaria (Lesvy), la violación de otra en plena calle (Amelia) o la desaparición de una adolescente (coloque aquí el nombre de una de las miles). Y es prácticamente una excepción a la regla que alguno de estos casos llegue a las instancias jurídicas, y más aún: que consiga justicia o reparación —lo que cuando ha llegado a ocurrir es sólo tras extenuantes procesos, como el de Yakiri Rubio.
No obstante, debe decirse y recalcarse que las pocas victorias que se han obtenido han sido gracias a los movimientos sociales y a los feminismos. Aún pese a su institucionalización o aislamiento, los feminismos han podido organizarse (y han seguido organizándose desde un amplio abanico de posiciones de izquierda) para dar voz a las mujeres. Incluso aquí ha sido fundamental el feminismo surgido del pensamiento y la acción de las zapatistas en Chiapas, con su arrobadora Ley de Mujeres. Sin ellas, sin su lucha y su ejemplo, ¿qué quedaría de nosotras?
Sin embargo, es evidente que no es suficiente. Por eso decimos aquí "las pocas victorias que se han conseguido", ya que nuestra última gran conquista fue la incorporación del delito de feminicidio al Código Penal Federal [1]. Pero esta ni siquiera ha sido una victoria plena, pues 13 entidades de la república siguen sin reconocer el feminicidio en sus Códigos Penales.
Por eso cabe preguntar, ¿por qué, si somos el país con más feminicidios en el continente (7 de cada 12), no existen movimientos independientes de mujeres más amplios?
A esto intentaremos responder en un segundo momento.
[1] Habría que reconocer también la despenalización del aborto en la Ciudad de México, la cual fue una victoria que tomó 36 años de lucha (de 1971 a 2007), tanto de feminismos autónomos como de feminismos insertos en la dinámica institucional y en la disputa legislativa.
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