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  • Dulce Perea Hernández

4 ideas sobre qué significa ser hoy de izquierdas



Es un hecho que hoy en día es dificilísimo imaginar una realidad que no sea la del capitalismo neoliberal. Es tan un hecho que para el imaginario colectivo es más fácil pensar en el inminente colapso del conjunto de la sociedad y de la civilización humana, que en una opción radicalmente alternativa a la sociedad capitalista. Estamos atiborrados por propuestas cinematográficas y novelas que narran el fin del mundo, todas de carácter distópico. Parece ser que nos encontramos inmersos en una especie de historia trágica de la que poco o nada podemos cambiar.


Para Jorge Alemán —psicoanalista exiliado de la dictadura en Argentina y parte de la generación del 68— la actualidad presenta una característica con la que su generación no contaba, y es que, en aquel entonces había una experiencia de exterioridad frente a la sociedad capitalista, un horizonte de salida, o al menos una especie de certeza de que el capitalismo era una etapa pasajera posible de superar. Alemán dice que por primera vez estamos dentro de una mutación histórica del capitalismo que no tiene después, no tiene exterior visible, ni ninguna realización utópica en el horizonte. No existe en el interior de su estructura ninguna ley que permita concebir su salida. Si quienes nos posicionamos en el espectro político como de izquierdas tomamos verdaderamente en serio dichas coordenadas de nuestro tiempo, en consecuencia no podemos evitar preguntarnos, sin caer en una postura relativista: ¿Qué significa hoy en día ser de izquierdas?


[if !supportLists]1. [endif]La moral


Los valores morales de la izquierda contrastan con los de la derecha por dos cuestiones principales: por los valores mismos y por su forma de valorarlos. Esto quiere decir que mientras la izquierda tiende a priorizar virtudes como la solidaridad, la ayuda mutua, el bienestar colectivo y la igualdad social; la derecha lo hace con la competencia, el bienestar y la libertad de los individuos por encima de los colectivos. Y aunque ambas tradiciones tiendan a coincidir en la búsqueda por el bienestar de los individuos, en la igualdad y en la libertad de los mismos, los medios para llevar adelante dicha empresa no son los mismos. Expandir y mantener un sistema de normas morales que se identifique con los valores de la izquierda conlleva la disputa sistemática por el sentido común, esto es, conlleva una practica sistemática que apuntale a construir mayorías que se identifiquen con una moral emanada desde las entrañas de las necesidades de las clases oprimidas.



2. La identidad


El sujeto de izquierda no es aquel que pueda auto-enunciarse. No es una categoría a priori, que pueda autodenominarse a si misma. Ahora que la subjetividad, los deseos y las identidades se encuentran intervenidas por los aparatos de captura del neoliberalismo, poco tiene que decir el “ismo” con el cual nos identifiquemos. Muchas veces este ejercicio tiene exclusivamente la finalidad de construir identidad a partir de lo que el otro no es. Es decir, una izquierda verdadera que se edifica a partir de lo supuestamente falaz de las otras.


3. La utopía


El neoliberalismo no se presenta como una etapa más, como un estado superable, y si lo encontramos, no se puede nombrar. La utopía consiste en esperar algo definido, proyectable y deseable; por primera vez podemos visualizar más fácilmente un estado peor del actual que uno mejor. Hoy la izquierda no puede hablar de teleologías, es decir, un espacio-tiempo definido al cual inevitablemente se va a llegar. Hoy no existen utopías a las cuales recurrir. La utopía únicamente es posible en tanto que se tengan las fuerzas —es decir la voluntad materializada en acto— de quienes consideren pertinente transformar el estado actual de las cosas, vale decir, la sociedad dominada por la burguesía.


4. La realidad


Ahora que no se puede establecer ningún programa político estático y donde definirlo de manera rígida —cuando se enarbola desde la derrota más profunda— se convierte fácilmente en un ejercicio peligroso, ser de izquierdas quizás implique renunciar al narcisismo de las causas perdidas, redireccionar las fuerzas hacia metas posibles, a partir de lo que hay, cuando lo que hay en términos de fuerza es poco. La responsabilidad de reconocer las condiciones reales es dura, pero más necesaria de lo que quisiéramos aceptar. Únicamente a través de esta responsabilidad es que emana un atisbo de esperanza, que surge de la necesidad imperativa de que las cosas deben cambiar. Ese malestar sistemático que nos atraviesa, nos duele y que se presenta en la devastación capitalista del ambiente, la enajenación de los sujetos y la oleada de enfermedades físicas-espirituales. La realidad, que es tan cruda, nos obliga a construir una esperanza que no surge de la razón sino de otra parte. De esta forma se evita aquella ficción inocente de que las cosas van a mejorar por si solas, fantasía que como Freud sostiene, tiene por objetivo corregir las deficiencias de una realidad insatisfactoria. (Eagleton, 2016)


No existe una sustancia como tal que determine lo que es “ser” de izquierdas. Existen coordenadas morales, sociales y políticas que dan cuenta de una diversidad de tradiciones históricas de izquierda; pero sobre todo, existen prácticas colectivas que sistemáticamente ponen a prueba su capacidad de eficacia frente a la realidad. Quizás ahora quienes queremos transformar el mundo hacia un estado superior al actual tengamos que avanzar con aquella frase de Gramsci: “pesimismo de la inteligencia, optimismo de la voluntad”. Dejar a un lado el optimismo ciego, por que este implica esperar algo especifico, algo que ahora no tiene la fuerza ni siquiera de trazarse con claridad. Posiblemente ser de izquierdas hoy en día consista en reconocer sistemáticamente que nos encontramos en la derrota, en ser los suficientemente responsables para avanzar en dichas condiciones, pero en seguir transitando rumbo a la emancipación. Tarea que sin dudas no deja de ser un acto de esperanza.


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