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  • João Bernardo (Traducción y nota introductoria por

Laberintos del Fascismo - Introducción


Estamos entrando, o hemos entrado de lleno ya, en una etapa histórica en la que no tenemos respuestas para las preguntas que están frente a nosotros; en el que las respuestas que teníamos a las preguntas son insuficientes; en la que las preguntas mismas, derivadas de las certezas que teníamos, se han vuelto alguna manera caducas; y en el que las prácticas y los discursos que sustentan nuestras certezas se han convertido en obstáculos para entender el entorno y la situación en la que se encuentran las contradicciones del capitalismo y nuestras propias luchas.

Es cierto que la historia no puede y no debe sólo interesar a los historiadores. Y que si bien el objeto de la historia es el pasado, su intención última no se encuentra allí sino en el presente, constituido en los hechos que conforman nuestro contexto, raíz y forma en nuestros propios cuerpos. Más allá de las analogías, de las metáforas que encadenan la tragedia y la farsa, la historia puede ser, quizás uno de los hilos que nos ayuden, si no a salir, a andar en el laberinto de las contradicciones que forman nuestro presente y constituirán nuestro futuro.


Una mirada diferente al pasado, a los problemas teóricos y políticos planteados por el fascismo, aún y aterradoramente vigentes, es la contribución de João Bernardo, en buena medida desconocido hasta ahora en México. Una incitación polémica para entender nuestro complejo presente, en la que presentamos la introducción del libro "Laberintos del Fascismo" de João Bernardo.



Introducción

El laberinto. Este es un libro interminable y permanecerá tan inacabado como en su primera versión. No porque el asunto sea extenso. Otros hay de dimensiones superiores y, de todas maneras, la función, o por lo menos el privilegio del historiador es cortar por donde quiera y seguir el camino más corto que le parezca mejor. Son otras las razones que llevan a este libro, a pesar de tantos años de trabajo, a nunca tener fin.

Me ocuparé de las descripciones tan sólo como forma de interpretación. En realidad, ni se trata de descripciones, sino de recorridos por los hechos, escogiendo caminos más sinuosos que directos, como quien deambula por las calles para pensar mientras camina. Construí este libro como un mosaico de ensayos, y desde la primera hasta la última página es así que el lector lo debe considerar. O tal vez como un rompecabezas al que le faltan piezas y donde otras parecen repetidas, sin que lo estén, sin embargo. Un laberinto excluye la progresión lineal y exige digresiones, y tendré a veces que regresar al mismo lugar para encararlo bajo un nuevo ángulo nuevo. Un lector atento --¿pero existirá aún alguien que lea con atención mil y tantas páginas?-- se dará cuenta tal vez que entre la primera edición, que forma aquí el marco y el esqueleto, y esta versión, re-trabajada a lo largo de más de una década, se insertó el rasgo de otras reflexiones nuevos abordajes, el nacimiento de dudas. Sería fácil, con una limadura en la revisión, tornar todo esto imperceptible, pero preferí no hacerlo. Un texto vive como el autor y sus circunvoluciones internas se añaden al laberinto.

En una época en la que verosímilmente ninguna faceta inédita del fascismo puede ya ser descubierta y en que la consulta de los archivos se limita a acumular detalles, este libro se justifica tan sólo en la medida en que proponga una perspectiva diferente de análisis o, por lo menos, en la medida en que lance otras miradas en una perspectiva que pocos han adoptado. Sólo así podrán, con algún fundamento, surgir nuevas dudas y preguntas y abrirse campos que aún requieren ser esclarecidos. Pero es extraño que el conocimiento de los propios textos del fascismo falte a la mayor parte de las obras históricas, como si lo que los fascistas escribieron y escriben no formase parte de aquella misma realidad. Y así mis deambulaciones por los hechos incluyen los escritos, que no son menos factuales. Lo que de verdad me interesa es, siguiendo el hilo de lecturas de muchos años y rememorando experiencias directas, es delinear reflexiones francamente contrarias a ciertos lugares comunes que, a fuerza de ser repetidos, se presentan como evidencias. Ésta no es una historia del fascismo, sino la presentación histórica de problemas que el fascismo reveló plenamente como tales y que continúan hoy por resolver. Es otro, sin embargo, el principal motivo que lleva al libro ser interminable.

La historia del fascismo no está concluida porque el fascismo es aún una realidad en suspenso. Fue destruido militarmente sin estar política e ideológicamente agotado. ¿Qué es lo que resta, cuando analizamos una época definitivamente muerta, sino la piedad? ¿Qué otra mirada podemos lanzar que no sea la de una ironía cargada de compasión, al seguir con minucia las agitaciones de aztecas o de merovingios? Pero es inepto juzgar que se puede analizar nuestro tiempo sin interferir en él, porque la intervención en la sociedad es asegurada por el mero hecho de que aquí vivimos, y además el propio análisis constituye una intromisión. Los laberintos del fascismo no son sólo los meandros que hasta ahora lo derrotaron, si no también aquéllos en los que se perdieron tantos de los que habían sido sus enemigos. En este sentido, el laberinto aprisionó también a los historiadores.

El objetivo de la historia no se refiere fundamentalmente al pasado. Es el presente lo que nos debe interesar, porque sólo de él es que nuestra práctica se ocupa. Lo inquietante es que tan sólo el futuro iluminará el sentido de lo que hacemos hoy, e imploramos a la historia que disperse toda la nieve que cae sobre nuestros ojos, pues en el presente en que vivimos nosotros somos el indudable futuro del pasado que estudiamos. Para un animal racional no podría haber ironía más pesada, la de estar condenados a construir a ciegas nuestro mundo porque sólo los desarrollos posteriores nos esclarecerán las contradicciones actuales. Conocemos, sin duda, nuestra práctica, pero después de haberla realizado, y tal vez estemos ahora, sin saberlo, ocasionando paradojas no menos macabras que aquéllas que existieron en los años entre las dos guerras mundiales.

El fascismo ocupó el punto neurálgico de las contradicciones del movimiento obrero y, al mismo tiempo de las contradicciones internas de las clases dominantes. No tiene una genealogía propia y exclusiva, como se la encuentra para el conservadurismo, el liberalismo o el socialismo, sino que se constituyó en el cruce de estas tres grandes corrientes políticas. No se puede estudiar el fascismo sin mirar hacia los lados y sin seguir trayectos en diagonal, ya que el laberinto comenzó por ser una encrucijada. El fascismo se situó también de modo muy contradictorio en los varios planos en que es habitual encuadrar o analizar los comportamientos en la sociedad moderna. Los fascistas actuaron políticamente en la esfera económica, pretendieron hacer política como si fuera un arte, admitieron para el arte una inspiración estrictamente política, encuadraron la filosofía hacia el mundo de la acción y redujeron la acción a la voluntad del espíritu. La única cosa que me mueve a estudiar el fascismo es la ambición de esclarecer, a partir de este amontonamiento de contradicciones, las ambigüedades más íntimas del capitalismo, aquéllas que produjeron efectos más trágicos. Decidí entonces abordar el fascismo, no desde afuera, desde el campo claro de mis certezas, sino desde su interior, en las encrucijadas sociales y políticas en que se generó y en los recorridos paradójicos, cuando no delirantes, en que se formó y desarrolló su ideología. Y verifiqué que es extremadamente difícil relacionar las consecuencias del fascismo, vistas a posteriori, con los cuadros en que se generó y primero se desarrolló, cuando conocidos tan sólo a priori. Esta desarticulación en la estructura de las causas y las consecuencias es para mí el gran misterio del fascismo.

Tal vez estas páginas parezcan extrañas a quien las lea. Tal vez no sea éste el fascismo que las personas admiten que conocen, y en el espejo de mi visión es muy posible que otras fuerzas políticas surjan de manera igualmente inusitada. Pero no escribo para comodidad del lector, ni de la mía. Es claro que si ponemos de lado todo lo que es incómodo, podemos dormir descansados y presentar como impolutos los paisajes políticos de nuestra predilección. Pero cuando se suman los contrasentidos, las paradojas, los callejones sin salida, se llega a una altura en que es imposible continuar usando los modelos explicativos que dejan lo fundamental por explicar. En la historia, orientarse en el laberinto implica, por encima de todo, una arqueología del saber, el descubrimiento de viejos pasajes ocultos, de puertas tapadas por paredes, de escondrijos, de escaleras y corredores cuyo acceso se mantenía secreto. Seamos prosaicos, porque todo tiene una expresión tipográfica. Esta arqueología del saber se hace mirando hacia la parte de abajo de las páginas, hacia las notas al pie y también entre las líneas, destacando lo que es afirmado en el cuerpo del texto y olvidado en las conclusiones. En materia de ideología, el silencio es una parte del discurso --para la visión crítica es el componente fundamental--, por eso, cuanto más exactamente se defina el lugar del silencio, tanto más estremecedor será y más lo silenciarán entre una plétora de palabras. Tal como en la arqueología de los objetos materiales, las acumulaciones de tierra pueden indicar que haya allí tesoros escondidos.

Para el historiador, descubrir no es simplemente señalar hechos, sino rasgar las capas del discurso proferido sobre los hechos. Los hechos están donde siempre estuvieron, tenemos sus acciones y sus efectos incorporados en cada uno de nosotros, independientemente de que sepamos de su existencia o les conozcamos sus procesos. Por eso son hechos. Pero no es con meros hechos que la historia se teje, aunque ésta sea la más engañosa de las formas ideológicas, porque oculta siempre su prosa por detrás de la máscara empírica. Orientarnos en el laberinto de la historia es pasar, mediante las palabras, hacia un más allá de otras palabras. Y descubrimos entonces que mucho de lo que ha sido dicho se destina a silenciar lo que no se quiere decir, con un grado tal de sistematicidad que, según una lógica rigurosa, deberíamos afirmar que en estos asuntos, lo único y verdadero dicho es lo no dicho. ¿Qué pueden ser, en el caso del fascismo, los silencios de la historiografía? Lo que la política del fascismo tuvo de propiamente fascista no fue la creación de hechos, sino la emisión de discursos sobre los hechos. El fascismo fue siempre un ejercicio de travestimiento (trasvestissement) en una estética de engañar al ojo (trompe l'oeil). ¿Cómo se conseguirá entonces romper el laberinto si después de rasgar los discursos de la historia y desvelar sus perversidades, llegamos como objeto último a un mero discurso, y el más perverso de todos, el que tuvo como exclusiva razón de ser el encubrimiento de los hechos en una ceremonia de máscaras?

Y voy agregando las contradicciones sociales y políticas y estéticas de aquellos años entre las dos guerras mundiales, para quedarme siempre con la certeza de que, en vez de resolver las preguntas, las desdoblo en dudas aún mayores, en una labor que jamás podrá tener fin. Como alguien que, encerrado en una casa, busca la salida hacia la calle, el jardín, el sol, pero que a cada puerta que abre sólo entra en nuevas salas y cuartos, con otras puertas, que dan para otros cuartos y salas. Es una pesadilla, evidentemente. Si "el sueño de la razón produce monstruos" como dijo Goya, no debemos al final espantarnos de vivir en una interminable pesadilla cuando penetramos en la sin-razón ajena.

Tal vez, al final, el laberinto sea el único modo de existencia real del irracionalismo fascista, posible de ser destruido materialmente, pero no desarticulado intelectualmente. Si el secreto del irracionalismo consiste en convocar la acción para introducir la coherencia que falta en el plano racional, sólo a través de una acción contraria se puede liquidar un tal artificio. Pero esta confrontación entre acciones ocurre aún en el plano exterior a la razón, por eso refuerza el irracionalismo. Y si así fuera, no será ésta una de las trampas menores de laberinto.

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