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  • Eduardo Méndez

2017-18 Tiempo para la oposición democrática al neoliberalismo mexicano


Éste y el próximo son dos años de gran importancia para el avance o retroceso de las fuerzas de quienes en nuestro país queremos construir política democráticamente. Como tiempos de transición institucional de poderes, un balance constante nos permitirá actuar respecto a las coyunturas presentes y venideras, Lo que requerirá de una clarificación acerca de los aspectos no inmediatos que se ponen en juego, así como de la dimensión y el tipo de fuerzas que hay que vencer. Los siguientes párrafos contienen una aproximación al momento actual del Estado mexicano, sobre todo al papel del partido en el poder, y al papel a jugar como necesaria oposición.


Partamos de que un cambio electoral de poderes no significaría la transformación implicada en una revolución social -como sería la supresión de la propiedad privada sobre el trabajo ajeno- sobre todo por el tipo de intereses corporativos que representan los partidos en México, articulados con capitales nacionales e internacionales. Sin embargo, resulta pertinente que retomemos a Gonzalez Casanova (1982) al considerar a la alternativa que tienen los mexicanos no como una entre capitalismo y socialismo, sino entre democracia y terror generalizado. La relevancia de concebir a los periodos electorales como claves en el avance de la lucha por mejores condiciones de vida, está dada por un momento de crisis orgánica, de afección generalizada.


Durante el sexenio de presidencia de Enrique Peña, se han profundizado las medidas neoliberales reforzadas por una lógica discursiva en la que el desarrollo solo es posible mediante el acatamiento de órdenes de organismos internacionales, de manera que se acepta la desvinculación responsiva económico-estatal, sustituyéndola por inversión privada, como si fuera la única salida. Eso conlleva al aumento de empleo abstracto y sobre todo a la extracción de la riqueza nacional para el enriquecimiento de capitales internacionales a costa de desequilibrio ecológico y destrucción del tejido social; de la pauperización de las clases trabajadoras, de la violencia extrema y las represalias para quien se oponga.

Estas políticas neoliberales, son parte de un proceso histórico de lucha por vaciar de contenidos populares al Estado para conseguir una efectiva escisión entre gobernantes y gobernados, de forma que la institución actúe con independencia respecto a la población para la que supondría trabajar. Este proceso puede rastrearse hasta los orígenes del PRI (Partido Revolucionario Institucional), que en 1946 dejaría de ser el Partido de la Revolución Mexicana, deslindándose formalmente de un proyecto explícito por el socialismo (Gonzalez Casanova, ibídem) y de la consigna “por una democracia de los trabajadores”. Las bases del partido ya no serían los “obreros, campesinos, ejército y sectores populares”, sino “una asociación política de ciudadanos” (ibíd. p. 59).

Más allá de la formalidad del discurso, el desplazamiento de los contenidos revolucionarios se tradujo en transformaciones a los planes de educación, la privatización de los medios de comunicación, en la expulsión de la discusión política dentro de las fábricas o en criminalización de los sectores sindicales para volverlos meros acatadores de las órdenes de la dirigencia, que ya no sería elegida, sino impuesta por el federal.

Pensando en el PRI como ejecutor de un proyecto político en distanciamiento constante de los intereses de las clases subalternas, no es errado referir a su gestión como una que no ha cesado desde la consolidación del Estado mexicano, pues aun en la llamada “alternancia” del PAN de 2000 a 2012 persistieron las políticas favorecedoras para el capital y opresivas los trabajadores. Baste recordar a Fox, el presidente empresario apoyado por Coca-cola[1], así como la guerra contra el narco y el despido de los trabajadores de Luz y Fuerza del Centro[2] ocurridos con el sexenio de Felipe Calderón. Las posteriores reformas estructurales, el alza de los hidrocarburos y de todos los bienes de consumo, la iniciativa para la regulación del ejército en las calles y la propuesta de leyes que permitan a las autoridades la intervención de los espacios físicos y virtuales, no representan sino la continuidad de un mismo relato.

Que un partido sea “representativo”, es resultado de las capacidades que ejerce para dirigir a la sociedad. De que la pauta que marca sobre lo reproducible, por resignación o convencimiento, sea hegemónica. Actualmente el gobierno destina cuantiosos recursos públicos para tener un movimiento generalizado que imponga a toda costa entre la población su interpretación de los hechos, su salida política, su versión histórica. La amplitud de esa movilización incide desde los mecanismos de la sociedad civil, sobre todo en los medios de comunicación oficiales, con el fin último de generar consenso y ese consenso, de acuerdo con Córdoba, “es más necesario que nunca cuando se da una movilización del poder contra toda oposición de cierta envergadura al sistema. Emplearse a fondo y como si fuera la vez definitiva, el último momento, la prueba última, es un modo de actuar necesario, indispensable, en el que no puede haber términos medios”[3]. La permanencia de una clase en el poder se debe a que como clase están organizados, de manera que consiguen priorizar la realización de sus agendas antes que todo.


Por eso evocamos la importancia de la disputa democrática representativa, puesto que no podemos aceptar que el Estado sea únicamente un instrumento para la opresión de una clase sobre otra. También representa un dispositivo en el que se reflejan las conquistas de las clases, así como sus derrotas. Si es posible instituir un sentido inverso al que el país está siendo llevado por el proyecto neoliberal, se hará mediante la praxis política, avanzando posiciones para ser también una clase articulada que dispute la hegemonía.


La democracia en su estado actual es necesaria, en tanto que permite dar pasos en el cumplimiento de lo inmediatamente necesario, o en el rechazo a los sectores que como tradición han priorizado beneficios para las empresas, a costa de los votantes y de quien se abstiene, de las explotadas, de los desempleados y de las violentadas. Pero necesitamos a la par de organización constante, procesos de articulación para la formación política, lucha por respeto a los derechos humanos, enarbolamiento de las demandas populares (como las de organizaciones de trabajadores y socioterritoriales) y construcción de frentes; que además demos mano para construir medios de difusión, de discusión sobre las necesidades sociales, para proyectar lo propio, para construir un verdadero Estado democrático.


 1 Fox, el primer presidente empresario http://www.jornada.unam.mx/2000/08/28/018n1gen.html

 2 El gobierno despidió a 44.000 trabajadores del Sindicato Mexicano de Electricistas http://www.rebelion.org/noticia.php?id=208027

3 La formación del Poder Político en México. Arnaldo Córdoba, Editorial Serie Popular Era.

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