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  • Eduardo Zenteno

Invisibilidad que asfixia


Advertencia: el siguiente artículo fue escrito sobre la ola del antifascismo, el antiracismo e impulsados por el coraje que hemos acumulado en los últimos meses, viendo documentales, películas o series sobre el futuro, perdiendo a gente cercana y leyendo El capital.

Junio, otro mes de convulsión social inesperada. Se pasó de la reclusión por pandemia a tomar las calles. Aún sin que la amenaza del virus pasara, pero siguiendo los lineamientos estipulados en casi todos los países: salir sólo cuando es esencial hacerlo. Vaya que lo era.


En realidad mentía cuando comenzaba el texto. Las protestas en México y en Estados Unidos, así como los crímenes de policías que las provocaron, no eran inesperados. Se podían ver venir si se prestaba atención, se podían anticipar por la sencilla razón de que ocurren sistemáticamente. Tal vez no era previsible que les pasaría a George o a Giovanny, pero en Estados Unidos es una probabilidad alta la de que un negro detenido por la policía termine lastimado, herido de bala o encerrado injustamente. De manera similar, en México hay una horrenda tendencia a que si un policía te detiene cuando se aproxima a terminar su turno, si no ha cumplido la cuota del día, y si como agravante no ofreces un billete como identificación –incluso si el motivo es que no lo tienes –, darás un paseo en patrulla para bajar con menos sangre y nuevos moretones.


Pero evitemos conclusiones adelantadas. La sistematicidad de los hechos no se refiere a que en muchos países los policías proceden de manera incorrecta. En Estados Unidos, la impunidad lograda hasta hace unos días es posible por una dinámica estructural; por una cadena de autoridad que lo permite. O en casos como el del actual gobierno de Donald Trump, lo promueve:


Mediante la reciente imposición de toques de queda para prohibir las manifestaciones, hasta el descaro de anunciar que comenzarían los disparos contra el movimiento terrorista –los antifascistas –, mientras despliegan a militares en las calles como amenaza de ataque frontal. Esto ya había pasado previamente: año 2017. En el mes de agosto, una manifestación del orgullo nacionalista blanco se presentaba empoderada en Charlottesville. Grupos antifascistas salieron a enfrentarlos y, al medio día del 12 de agosto, un neonazi arrolló con su auto a un contingente de sus contrarios, impactando a 19 personas y matando a Heather Heyer. Trump no solo evitó mencionar la salvajada, a los heridos o a Heather, sino que dijo que la culpa era de ambos bandos y que en los dos grupos, fascistas y antifascistas, hay muy buenas personas. La opinion fue celebrada por los líderes del Ku Klux Klan. Como vemos, el racismo, incluso si se quiere, por omisión, se ejerce de oficio.


En sintonía, Enrique Alfaro comenzó una campaña de no tolerancia a quien incumpliera las medidas de protección ante la pandemia. La indicación de reprimir a quien no porte cubrebocas, en términos de orden policial, no está sujeta a consideraciones. El uso de la fuerza contra la “peligrosa gente que anda sin cubrebocas” significa pasar del combate contra el virus a un combate contra la población que no puede quedarse en casa o que, como sucedió con Giovanny López, tenía que comer en la misma calle en la que desempeñaba su trabajo. ¿Qué pudimos ver con este despliegue de fuerza contra trabajadores? Que el clasismo, incluso si se quiere, por omisión, se ejerce de oficio.



El verdadero problema de que esto sea sistemático es que identificar las responsabilidades puede llevar a actos de justicia, pero como pasa con la hidra, aún la retirada de cabezas como Alfaro o Trump, no implica el fin de su sistematicidad. Hay una dimensión cultural que engloba a los ámbitos educativo, discursivo, simbólico y mediático y que es sustancial para la hegemonía capitalista. Y en esa dimensión es fundamental que los señores del poder generen un constante desplazamiento de los sectores populares; la anulación simbólica de quienes no son hombres blancos y adinerados sirve para su desplazamiento o erradicación real dentro de las decisiones para la vida pública y política.

Se genera un extrañamiento abismal ante un imaginario de relaciones sociales en el que las figuras públicas son blancos, son ricos, se conservan jóvenes, sus dentaduras son muy blancas, sus peinados no se estropean, usan ropas de marca y tienen asistentes. Las autoridades en el gobierno, para empezar, siguiendo por las personas que destacan en el mundo del espectáculo. Aunque hay excepciones que confirman la regla, las mujeres, los indígenas, afrodecendientes, campesinos, y gente pobre no perfila entre el espectro de la gente importante y decisiva.


Pareciera con esto que la vida principal ocurre tras la pantalla, haciendo de nuestra banalidad algo secundario. Desde las películas a las animaciones, la pantalla es racializada, o más bien blanqueada.


Y cabe señalar que la causa del problema no es, de hecho, el color del opresor, pero es sin duda un elemento histórico, constante propia de países colonizados donde se eliminó a los pueblos originales. Que atraviesa toda nuestra América y tiene sus expresiones tanto en los códigos de la policía estadounidense para aplicar la fuerza, como en las cárceles pobladas por gente pobre, morena y negra en Brasil, se manifiesta en las grabaciones de políticos mexicanos llamando “pinche indio” a la gente que acabó de saludar en alguna gira, e incluso –menos brutal pero expresando el mismo fenómeno –en el niño de tez oscura que identifica al muñeco blanco como bueno y al negro como malo y que explica “no me dan miedo los güeros porque les tengo más confianza” (ver: Viral campaña “Racismo en México").


Ese ejemplo de identificación que parece inofensivo no acaba en la infancia. Y para muestra, los recientes “avatares” de Facebook que muestran a gente representándose a sí misma con un tono o varios menos de color; o las cremas blanqueadoras y los filtros fotográficos; es la íntima fantasía que tienen los sujetos racializados de no ser lo que se es debido a que “las imágenes que tienen para identificarse están confeccionadas por el hombre blanco, que los ve sólo desde los prejuicios” (ver: De Childish Gambino a las Race Films).


A modo de cierre, una imagen: Como parte de la respuesta reaccionaria, corrió el video de una mujer que cuestiona a los manifestantes, gritándoles que dejen de perder el tiempo, que lo único que logran protestando es enseñarle a la gente negra que son víctimas. Nada más errado. Las protestas, con su odio devastador, con la acción conjunta y con las voces gritando al unísono, son opuestas al victimismo. Son Fuentes de memoria, son pruebas para nosotros mismos de que somos capaces, de que somos visibles.



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