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A Julio César Mondragón, a quien le fue

arrancado el rostro y la vida, porque ese

rostro y esa vida simbolizan aquella 

generación a la que le han quitado tanto 

que hasta le quitaron el miedo.

18 mayo de 2016.- El día de hoy nos encontramos frente a una mujer, en un tiempo que parece perdido, condenado por la banalidad de la violencia, el individualismo, el desinterés y el nihilismo; un tiempo que se presenta como atemporal, sin historia, -un no-tiempo.

 

Hace 11 meses presenciamos una de las tragedias más grandes de nuestros días. Una que difícilmente podría ser superada por Esquilo, y en donde Dante encontraría sobrepujadas sus más crueles fantasías infernales. Me refiero a la tragedia de Ayotzinapa, en donde 43 estudiantes -jóvenes y pobres- fueron desaparecidos por el Estado mexicano, en un acto genocida -un crimen de lesa humanidad- que hasta la fecha sigue moviéndose en el asedio de la impunidad.

 

No olvidemos que el 43 es un símbolo de la miseria social actual que viven los mexicanos. Ese número, que ahora nosotros llevamos tatuado al menos en la memoria, no es un número excepcional, sino la manifestación de un punto de quiebre de un proceso -de una inédita crisis civilizatoria- cuya singularidad reside en el empuje de sus contradicciones ahora visibles y palpables a todo el mundo, incluso a algunos sectores conservadores, porque a nadie le gusta ser secuestrado, desaparecido y descuartizado. Es justamente esta visibilidad inexorable la que nos obliga necesariamente a situarnos más allá de la neutralidad de la observancia del espectador pasivo, situado por encima de los problemas de su sociedad, tal cual la parodia de aquel Rey filósofo. Porque parece que en esta crisis civilizatoria sólo caben dos posiciones extremas:

 

1)    Dejar el mundo tal y como está

2)    Rechazarlo y contribuir a criticarlo

 

Estoy seguro que algunos de los profesores de nuestra Facultad compartirían esta última afirmación, ya que semanas después de la tragedia citada elaboraron un apasionado pronunciamiento en donde: 1) denunciaron puntualmente los violentos ataques del Estado mexicano contra nuestros 43 compañeros y contra esos miles de desaparecidos en esta guerra civilizatoria, 2) hicieron pública su simpatía con el interés de los jóvenes, por las movilizaciones y demás acciones de protesta, condenando así la criminalización de la lucha social, 3) denunciaron, además, la tibieza de las declaraciones de las máximas autoridades de la UNAM. Pero de entre todas estas puntualizaciones me gustaría destacar que nuestros profesores, partidarios todos ellos de diferentes filosofías, declararon que su “responsabilidad filosófica, lejos de la caricaturesca disquisición de exquisiteces intelectuales, se centra en la búsqueda de la justicia y la verdad, sin las cuales el bien colectivo individual, y por tanto la democracia, resulta insostenible e impensable”.[2]

 

Yo creo que este pronunciamiento muestra ya varias cosas respecto de la esencia misma de la filosofía. A continuación intentaré enumerarlas. En primer lugar, el pronunciamiento muestra que no hay algo así como “La Filosofía”; decir “Filosofía” no deja de ser una mala abstracción, pues lo que siempre tenemos frente a nosotros son determinadas filosofías.[3] Sin embargo, lo común a toda posible filosofía, en una primera instancia, es la elaboración de una lectura interesada por el mundo, que expresa el modo como los hombres de una sociedad conciben su relación con el mundo y con los propios hombres, no olvidando, por supuesto, que la filosofía misma es parte de ese mundo del cual se intenta filosofar.

 

En segundo lugar, me gustaría que notáramos que el quehacer filosófico -la vida misma de la filosofía- tiende a encontrar su vigencia esencial en el pensar filosófico de los problemas principales que vivimos como sujetos históricos. Si una filosofía está viva es porque la historia la vivifica. Se trata de que la muerte o la vida de la filosofía revela en qué medida el quehacer filosófico está o no a la altura de su propio tiempo. En este sentido, podemos hablar del pronunciamiento de nuestros profesores como un pronunciamiento a la altura de las circunstancias.

 

En tercer y último lugar, y anudado a lo anterior, se hace necesario hablar de la relación ideología-verdad en la filosofía. Porque lo que parece evidente es que cualquier filosofía siempre contiene elementos de verdad transhistórica –la esencia de las cosas-, como sucede con la tesis aristotélica del hombre como animal político, o el principio hegeliano del hombre como producto del trabajo. De ahí que la filosofía tienda a ser una elaboración conceptual de lo real en términos de totalidad.[4] Sin embargo, y aquí viene la tesis aventurada, además de guardar elementos transhistóricos de verdad, creo que toda filosofía siempre guarda elementos ideológicos, es decir, elementos que refieren a intereses históricos. Ilustremos esto con un ejemplo.

 

Supongamos que reivindicamos una posición eticista frente a la situación de Ayotzinapa. Si creemos que el problema de la violencia en México es única y exclusivamente un problema que se resuelve con ética, entonces estaremos haciendo abstracción de las relaciones sociales que subyacen a cualquier decisión ética. ¿Cómo pensaríamos aristotélicamente el justo medio cuando un narcotraficante nos dice “debes almacenar esta droga en tu negocio, si no lo haces te mataré a ti y a tu familia"? El problema, entonces, no es sólo la decisión ética que podamos tomar, sino el espacio social en donde tenemos que desenvolver nuestras decisiones éticas. Es por eso que el eslogan “el cambio está en uno mismo”, adscribe un individualismo que abdica a la construcción de nuevas alternativas de socialidad colectiva. De ahí que el eticismo, sin saberlo, guarde relaciones ideológicas con el capitalismo.

 

Es cierto que muchas filosofías ignoran o se resisten a este ingrediente ideológico, pero también es curioso que aquel purismo filosófico aideológico sea el más reaccionario y conservador respecto de lo político. De cualquier manera, por ser la filosofía parte de la historia misma, siempre cumple una función social: desde el momento en que contribuye a la aceptación, el rechazo o la transformación del mundo. Por eso es que la filosofía que se profesa –y el modo cómo se profesa- revela el sujeto histórico que se es.

 

 

 

Ahora bien, intentando conocer a la mujer con la que nos encontramos por medio de la comprensión del sentido de su filosofía, es necesario intentar situar su pensamiento en el ámbito histórico donde es producido. Para la Dra. Rivadeo la esencialidad de nuestro ámbito histórico, es decir, la estructura organizativo-conciencial en que se sintetiza la acción social en un momento histórico específico, en conexión con las tendencias determinantes del desarrollo de la organización social, se halla determinada por la mundialización del modo de producción capitalista en su fase neoliberal.

 

La actual mundialización capitalista –nos dice Rivadeo- puede comprenderse como un proceso que confluye en el desbordamiento y la transformación del sistema mundial de las estructuras de lo estatal-nacional propias del periodo fordista del capitalismo. Recordemos que el periodo fordista designa una dinámica capitalista caracterizada por la ampliación sistemática del mercado interno; el establecimiento de una forma de regulación política y social de crecimiento, ingreso y empleo; el reconocimiento de los sindicatos, de las instituciones para la protección de la fuerza de trabajo frente a los movimientos del mercado, del equilibrio ecológico, de la soberanía popular y nacional, de la educación y salud públicas, y de la extensión del llamado Estado de bienestar. Así, cuando Rivadeo afirma que vivimos el desbordamiento y la transformación de las estructuras precedentes de lo estatal-nacional, refiere esencialmente a la apertura de las fronteras nacionales a un capital trasnacionalizado que busca localizaciones óptimas. Claro está que esta política sólo puede desarrollarse con una transformación de lo estatal-nacional que da paso a una competencia encarnizada por posicionarse respecto al capital trasnacional.[5]

 

No perdamos de vista que son los Estados nacionales los que se hacen cargo de los intereses del capital mundial. Se trata del apoyo al capital trasnacional a través de políticas y subvenciones nacionales públicas, la conversión de sus deudas privadas en públicas, la privatización de los bienes de la nación, el recorte procedimental de la democracia, la desmantelación de la universalidad de los derechos y la ciudadanía, y las transformaciones jurídicas que garantizan esta mutación. Para nosotros la culminación del autoritarismo del Estado se manifiesta en el mercado militarizado, con manos no solamente visibles, sino bien armadas.

 

Es cierto que ésta es aún la ruta del capitalismo formal, reconocido y paradójicamente “legal”. Pero las fracturas abiertas en la sociedad de esta manera, como si le hubieran aplicado un fracking, encontraron su escape o cobijo en la gestación de una sociedad paralela. Una sociedad que se abrió paso rescatando la inmundicia barbárica que la otra ocultaba, convirtiéndola en negocio y en espacio de acumulación y poder. Todos los negocios ilícitos pasaron hacia allá: tráfico de armas, producción y tráfico de drogas, tráfico humano, tráfico de especies valiosas y escasas. Se trata de mercados rentables no sometidos al pago de impuestos, pero que la moralidad establecida se ve obligada a negar. En estas circunstancias el Estado se vuelve parte del proceso y a la sociedad se le imponen condiciones de guerra en el ámbito cotidiano. La violencia -ya sea “legal” o “ilegal”- se instala como disciplinador social y su ejercicio se despliega.[6]

 

Colocada en este horroroso horizonte, Rivadeo anuncia que esta violencia define la realidad como “lo imposible de creer”, porque une “lo que no puede ser” y sin embargo “es”. Y cuando el dolor es tan profundo y grande, se produce aquel silencio que reafirma la exclusión recíproca entre palabra y violencia, que drena toda posibilidad del pensamiento, de la memoria, del sentido y de la Historia.[7]

 

Por eso ahora tiene sentido saber que la mujer con la que hoy nos encontramos es alguien que vertebró su pensar y su hacer en torno a la construcción de la memoria de lo impensable, porque su filosofía brota del silencio como lugar donde se recoge la palabra verdadera, elaborando lo mortífero para hacerlo significable, trasmisible, heredable y transformable, inscribiendo una memoria y construyendo una historia.[8] Filósofa de máxima actualidad de la violencia neoliberal y de la construcción de la medida de lo humano civilizatorio, y por eso epistemóloga marxista contemporánea y luchadora anticapitalista. Pensadora de la inédita derrota histórica de la clase trabajadora mundial y por eso crítica de todo marxismo teleológico abstracto.

 

Para hablar hoy del marxismo crítico de Ana María Rivadeo necesitamos hablar de tiempos adversos, de tiempos prehistóricos, de tiempos violentos. Porque si el capitalismo hablara, afirmaría leibnizianamente que el mundo de hoy es el mejor de todos los mundos posibles, y que no hay posibilidad de pensar en algún otro mundo mejor que el suyo. El sentido común que tiende a constituir este capitalismo es el de la normalización de la violencia, de la derrota, es decir, el sentido común de los sin-historia. Pero frente a esto habrá algunos sujetos que experimenten un desasosiego general y una profunda náusea con el tipo de socialidad producida en nuestros días. Habrá aquellos que indignados por esta crisis civilizatoria perciban con claridad la necesidad de ser educados con fundamentos críticos y direccionados hacia una transformación libertadora de la realidad. Aquellos que saben que situaciones como la de Ayotzinapa se expandirán agudamente, y que sólo habrá una alternativa: la construcción política de un contra-sentido común, en donde, o habrá humanidad para todos, o no la habrá para nadie. A mi parecer es a todos estos sujetos a quienes está dirigida esencialmente la obra de Rivadeo.

 

 

 

 

 

 

 

Para aquellos que deseen adentrarse en los estudios de la Doctora recomiendo comenzar con Epistemología y política en Kant. Aquí se trata de poner en relación la producción filosófica de la modernidad (específicamente la de Kant) con las condiciones histórico sociales del capitalismo. Para encontrar el nexo entre Filosofía e Historia real, la autora hace uso del concepto de programática político social, entendido como un complejo de programas, prácticas e instituciones organizativo-concienciales estructurados en un bloque social en el curso de la lucha por su hegemonía. Este escrito entrama una fecunda aplicación del método marxista para estudiar el eje epistemológico y político de la modernidad.[9]

 

Otro trabajo importante de Rivadeo es su libro titulado Lesa Patria. Aquí, el eje fundamental es el estudio de las relaciones entre nación y globalización. Sánchez Vázquez sostiene que para adentrarse en este texto basta que el lector disponga de una cultura humanista general y, sobre todo, de un interés -como ciudadano- por los problemas más candentes de nuestro tiempo, como las consecuencias políticas, culturales y sociales de la actual globalización, y el destino de países como México.[10]

 

No obstante, es necesario saber que la Dra. Rivadeo no da respuestas inmediatas o predeterminables al problema, sino que se limita a plantear panoramas que abren múltiples posibilidades de despliegue político, y que se procesan según las correlaciones de fuerza sociales. Pero dentro de estas posibilidades existe aquella, de la cual ahora me hago heredero, que exige con lucha ese mundo en el que, como dicen, caben todos los mundos.

 

Muchas gracias.

Notas:

[1] Homenaje a Ana María Rivadeo, presentado en la Facultad de Estudios Superiores Acatlán el 26 de Agosto de 2015.

[2] Pronunciamiento en torno a la situación política actual del país, por parte del cuerpo académico de Filosofía de la Fes-Acatlán, en: http://filosofia.acatlan.unam.mx/todas-las-noticias/218-pronunciamiento-del-cuerpo-academico-de-filosofia.html

[3] Sánchez Vázquez Adolfo, “Por qué y para qué enseñar filosofía”, en Ensayos marxistas sobre filosofía e ideología, España, Océano, 1983, p. 73.

[4] Rivadeo Ana María, Filosofía y sociedad. Una Aproximación a la epistemología moderna, en http://www.acatlan.unam.mx/repositorio/general/Multidisciplina/Primera-Epoca/multi-1981-01-03.pdf, p. 38.

[5] Rivadeo Ana María, Globalización, Nación y democracia. Otra nación y otro mundo son posibles, México, Itinerario de las miradas, 2012, p. 2

[6] Ceceña Ana Esther, Ayotzinapa, emblema del ordenamiento social del siglo XXI, en http://www.geopolitica.ws/article/ayotzinapa-emblema-del-ordenamiento-social-del-sig/

[7] Rivadeo Ana María, “La violencia neoliberal (La demolición de los vínculos. Hacia una epistemología del terror)”, en Sánchez Vázquez Adolfo, El mundo de la violencia, México, Fondo de cultura económica-UNAM, 1998. pp. 241-250.

[8] Rivadeo Ana María, “Adolfo Sánchez Vázquez, o de la pasión por la justicia”, en Filosofía y política, México, Itinerario de las miradas, 2008, p. 4.

[9] Rivadeo Ana María, Epistemología y política en Kant. Inmanencia y totalidad en la filosofía moderna, México, Facultad de estudios superiores Fes Acatlán, 2008.

[10] Rivadeo Ana María, Lesa Patria. Nación y Globalización, México, Facultad de estudios superiores Fes Acatlán, 2003.

Ana María Rivadeo, pensadora de tiempos violentos. [1]

By: Enrique Sandoval

"El eslogan 'el cambio está en uno mismo' adscribe un individualismo que abdica a la construcción de nuevas alternativas de socialidad colectiva."

"Su filosofía brota del silencio como lugar donde se recoge la palabra verdadera, elaborando lo mortífero para hacerlo significable."

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